Por fin han vuelto los deseos de ser una persona normal y vivir por tanto en una casa normal. Pero una cosa son las ganas de acabar con la inmundicia de mi zulo y otra es el tiempo para hacerlo, así que mi apartamento continúa sumido en el caos y yo en una mala lait que ni os cuento porque con el érase-una-niña-a-un-pezón-pegado, no tengo un segundo ni para quitar el mantelito individual de la mesa. Es la náusea.

Como no me queda otra, me he refugiado en mis sueños, porque soñar es gratis y tiene el plus de que puedo hacerlo despierta así que mi vía de escape hasta hace dos minutos ha sido imaginar que abandonaba el caos para mudarme a una casita con jardín donde Malena jugaba al al aire libre entre hiedra y flores. En esas estaba cuando el teléfono ha desvanecido mi bucólica visión y al levantarme para cogerlo (con la niña adherida, of course) las plantas de mis pinreles se han convertido en los primeros frigopiés de crocanti: residuos y migas me desafiaban implantados en ellas como una plantilla biológica de Teletienda para reactivar la circulación. Es lo que tiene que las zapatillas se escondan debajo del sofá y que los restos de todo tipo de repugnancias campen a sus anchas en tu vida.

Bueno, pues mi sueño a la mierda. Si no soy capaz de mantener habitable un apartamento de 50 metros, si viviera en una casita con jardín, a los quince días de la mudanza vendrían los de Servicios Sociales para retirarme la custodia de la niña.

Estoy de muy mal humor ¿por qué siempre recurro a sueños inaccesibles? A partir de ahora voy a proyectar mi energía en algo realizable ¿qué tal mi pisito ordenado y limpio?

Jo. He dicho realizable. Pido perdón, soy Antoñita la fantástica.